lunes, 15 de enero de 2018

Francisco intenta quedar bien con todos

El intelectual que pone en jaque a Bergoglio
Jorge Fernández Díaz


Extracto del artículo publicado en el “Diario La Nación” de Buenos Aires, Argentina, el Domingo 07 de enero de 2018.


Sugiere el autor de «Dios en su laberinto» [Juan José Sebrelli] que Bergoglio es un conservador popular y que sus apóstoles no encuentran en la pobreza una carencia sino una virtud. Para ilustrar esto recurre a declaraciones públicas de su heroico equipo de trinchera, que muestra sin embargo desconfianza frente a la urbanización de las villas, puesto que esa mejora conllevaría un carácter “civilizatorio” y porque en esos asentamientos persistirían “valores evangélicos muy olvidados por la sociedad liberal de la ciudad”. Flota entonces el concepto tácito de que la clase media ha sido corrompida por el dinero, y que ha virado hacia un cierto agnosticismo o tal vez a un catolicismo de bajas calorías, como viene ocurriendo en todas las capitales laicas de Occidente. En contraposición, hay zonas marginadas en todas las latitudes donde Dios brilla sin dudas ni sombras. Sebreli refuta la concepción pobrista de Bergoglio y trae un ejemplo cercano: “El ideal de los villeros no es el de cultivar el comunitarismo ni formar una microsociedad, ni preservar su 'identidad cultural', sino salir de allí lo más pronto posible; incluso las familias de villeros más organizados y con mejor situación envían a sus hijos a escuelas lejos de las villas y los que tienen un trabajo dan un domicilio falso. No son los 'porteños' despectivamente tratados por los curas, sino los propios villeros quienes detestan la villa, y querrían integrarse a la ciudad. La ayuda a los pobres no consiste en exaltar la pobreza como un mérito sino en combatirla, y eso solo se consigue con posibilidades de trabajo, educación, vivienda, salud, control de la natalidad, e integración plena a la sociedad”.

La prédica del Papa no reconoce el Estado de bienestar de las democracias republicanas; en consecuencia, sus relaciones no se arman en torno a partidos políticos, sino a organizaciones sociales, cuya consigna es “imitar al pobre” y cuya especialidad consiste en gerenciar la dádiva. 

A esta nueva concepción eclesiástica, Sebreli la califica de “utopía reaccionaria”, negadora de la modernidad y prejuiciosa con el capitalismo de cualquier orden, dado que confunde las partes con el todo, es decir, los múltiples defectos y desigualdades del sistema, con sus cualidades, y con la innegable prosperidad social que produjo en muchas naciones. La alternativa parece ser un populismo religioso que sospecha del progreso; con liderazgos carismáticos y con un rasgo curiosamente antiintelectual: Sebreli anota que durante el Tedeum del 25 de mayo de 1999 el entonces Cardenal instaba a beber de “las reservas culturales de la sabiduría de la gente corriente” y a no hacer caso de “aquella que pretende destilar la realidad en ideas”.

Otro capítulo lo dedica a la formación del célebre vecino del barrio de Flores; como todo argentino, Bergoglio goza con ser inclasificable. Sebreli abunda en su paso por Guardia de Hierro, indaga en su lectura jesuítica y luego lo retrata: El Papa humilde como cura de aldea esconde un político habilísimo y astuto... Es el maquiavélico Ignacio de Loyola travestido en el dulce Francisco de Asís. Según el autor, esta dualidad ya estaba en el primer Francisco, a quien Chesterton llamaba “el divino demagogo”. El aspecto dual de su gestión parece plagado de picardías, y también de perogrulladas, como cuando exhorta a los narcos a dejar de serlo a riesgo de ir al infierno.

Sólo el tiempo dirá si el escritor tuvo razón en todas estas observaciones. Lo innegable es que así como Ratzinger debe ser tratado como un pensador, Bergoglio debe ser juzgado como un político: capaz, a la manera de Perón, de mutar y de decirle a cada uno lo que quiere oír, y de utilizar para sus fines incluso a sus antiguos adversarios (los neopopulistas) siempre y cuando estos se encuentren en la lona y él pueda hacerse cargo prácticamente sin costos de ese liderazgo en liquidación. Así se entiende que, al decir de Sebreli, “con el pretexto de acoger pecadores arrepentidos, reciba a corruptos no recuperables”.





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Extractos del libro de Sebrelli


«Bergoglio, como los jesuitas, era un político antes que un religioso; la preocupación central de su vida fue avanzar en la jerarquía eclesiástica; en los cargos que obtuvo, actuó con exceso de autoridad, aunque tal vez jamás soñó con acceder al máximo poder dentro de la Iglesia».

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«Bergoglio intenta quedar bien con todos. Aparenta satisfacer pedidos que después no cumplirá (…) y así suma y sigue. Su afabilidad con todos, su eterna sonrisa, es una actitud acaso impostada; quienes lo conocieron antes de ser papa afirman que era más bien hosco y sonreía poco».

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«A veces usa palabras de su infancia, hoy fuera de uso, como decir “salame” por tonto. Su gusto por el lenguaje popular puede llegar a la chabacanería. Ya siendo papa y para justificar indirectamente a los terroristas islámicos que vengaron una burla a Mahoma, usó una expresión guaranga, más propia de un patotero que de un papa: “Si alguien dice una mala palabra en contra de mi mamá, puede esperarse un puñetazo”».

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«Con el pretexto de acoger a pecadores apenas arrepentidos, recibe a corruptos no recuperables. Su afán por estar junto a la gente lo lleva a exhibirse con figuras mediáticas y parece sentirse muy a gusto relacionándose con lo más superficial de la farándula, banalizando así al Vaticano al que se propuso transformar».

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«En una entrevista se quejó: “Siento que los políticos argentinos me están usando”, pero se rodea de políticos de bajo nivel moral e intelectual, incluye entre sus visitantes a lúmpenes al servicio de la corrupción política. Su apego acrítico al populismo y aun a lo populachero, confundido con lo popular, tiene su provecho, le permite adquirir el don de los ídolos: la gente común puede proyectarse en él como alguien que llegó muy alto y, al mismo tiempo, identificarse con quien se parece a todos. Su papel de ídolo popular favorece sin dudas a la difusión masiva de la Iglesia, pero la perjudica en su credibilidad como religión trascendente».

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«Hablar de persona a persona con gente anónima, mezclarse con la multitud en un acto público, alzar a un niño, besar a un enfermo son los recursos habituales de la demagogia de todos los líderes carismáticos. El papa humilde como un cura de aldea esconde un político habilísimo y astuto, dones imprescindibles para haber llegado adonde está. Es el maquiavélico Ignacio de Loyola travestido en el dulce Francisco de Asís, aunque esta duplicidad estaba también en el primer Francisco. Chesterton llamó “divino demagogo” a la figura elegida por Bergoglio como inspirador».

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«En los actos multitudinarios, sobre todo con público juvenil, recurre a trucos de animador de teatro de variedades: el seudodiálogo con una pregunta y la respuesta implícita, a la que el público debe contestar afirmativamente en coro, para que entonces el orador con su mano derecha detrás de la oreja reitere –“no escucho”– obligando a un nuevo “¡sí!” más estridente».

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«Además, con uno de sus habituales gestos, eligió a jóvenes musulmanes pobres para lavarles los pies en Semana Santa. Intentó también con la audaz empresa de un encuentro "por la paz" con un dirigente israelí y uno palestino. El resultado paradojal fue que pocos días después estalló una nueva ola de violencia en Gaza. Bergoglio debió intuir la nula capacidad de éxito de esa reunión, pero no le importaba; consiguió una vez más ser titular de los diarios del mundo, venía de un país donde se festejan hasta las derrotas».






Comentario:
Quede claro que Sebrelli no nos gusta... Es agnóstico, proaborto, proeutanasia, a favor de la revolución sexual, odia la religión, etc. Publicamos este post a modo testimonial, para que quede de manifiesto que hasta los más alejados de la Fe Católica le han sacado la ficha... 
¿Los Neocones para cuando?





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